El dato se ha ido convirtiendo en uno de los activos más valiosos de las entidades. Conforme va pasando el tiempo, las organizaciones sociales enfrentan un reto importante, este es, el de proteger la información sensible de sus personas beneficiarias, donantes, voluntariado y equipos.
No hablamos solamente de realizar un ajuste técnico, sino de hacer un cambio ético general, teniendo en cuenta que, cuando se gestiona información personal y delicada, la seguridad es un deber social.
A diferencia de lo que solemos imaginar, los ciberataques no siempre se apoyan en brechas tecnológicas complejas. Muchas veces, el punto de entrada es mucho más humano que técnico, es decir, tiene más que ver con la confianza.
La manera que utilizan los ciberdelincuentes para poder acceder a los sistemas es ganándose la buena fe de las personas usuarias. Este tipo de ataques, basados en ingeniería o en el estudio social, pueden venir dados en formas muy conocidas, que nos suenan a todos. Hablamos de:
El problema no es solo la pérdida de información o dinero. Un incidente de seguridad puede comprometer la misión de una ONG, poniendo en riesgo a sus beneficiarias, dañando logros y trabajo que se ha basado en la confianza.
Este tipo de estrategias no espera a que ocurra un incidente para actuar. Se anticipa, se prepara y fortalece cada área de la organización frente a posibles amenazas. Para el tercer sector, esto significa adaptar sus buenas prácticas de ciberseguridad a sus capacidades y contexto social.
Algunos de los pilares que contempla una estrategia efectiva pueden ser:
1. Construir una cultura de seguridad
La ciberseguridad no debe ser responsabilidad exclusiva del área técnica. Todos los equipos (administrativos, operativos, voluntariado o directivos) tienen un papel clave en la protección de los datos.
2. Controlar accesos y privilegios
Limitar el acceso a la información reduce el impacto de un posible ataque. Algunas buenas prácticas incluyen:
3. Fortalecer la infraestructura tecnológica
Manteniendo actualizados todos los sistemas operativos y programas, haciendo uso de herramientas de protección como antivirus, firewalls y filtros antiphishing.
Importante supervisar el tráfico digital con el fin de detectar comportamientos anómalos.
4. Evaluar y probar la seguridad de forma periódica
Para desempeñar este punto lo ideal es realizar auditorías de seguridad al menos una vez al año. También adoptar la implementación de pruebas de penetración éticas que simulen ataques reales.
De vez en cuando, será necesario corregir vulnerabilidades identificadas antes de que puedan ser explotadas.
5. Establecer un plan de respuesta a incidentes
Tener un protocolo claro y entrenado puede marcar la diferencia en caso de un ciberataque. Puedes comenzar por realizar las siguientes preguntas con las que apoyarte en el proceso de creación del protocolo:
Además, es fundamental realizar copias de seguridad seguras y actualizadas, y verificar regularmente que puedan restaurarse correctamente.
Para una organización del tercer sector, la confianza es su activo más valioso. Las personas beneficiarias comparten datos sensibles esperando que sean tratados con el máximo cuidado. Tanto donantes como financiadores confían en que sus aportaciones se gestionan con responsabilidad. Por su parte, el voluntariado y los equipos operativos creen en una misión que va más allá de lo técnico.
Un incidente de ciberseguridad no solo representa una pérdida de datos o una interrupción operativa. Puede afectar la integridad de la organización, dañar su reputación pública, poner en riesgo a personas vulnerables y comprometer el cumplimiento de sus objetivos sociales.
La ciberseguridad no es un gasto, es una inversión ética y estratégica. Es proteger el presente y el futuro de las personas a las que servimos. Es cuidar cada historia que nos confían. Es demostrar que actuamos con coherencia, también en el entorno digital.